Foto: Atardece en Kochi, 2008.
Me voy de Kerala.
En unos minutos cruzare la bahia rumbo a Ernakulam, y desde alli algun autobus destartalado me llevara a Trivandrum y luego a Colombo.
Cada reencuentro con la India es una nueva prueba. El enfrentamiento con el amor-odio hacia un pais, con las luces y sombras de cada uno.
Pero esta vez, como otras, ha vencido el encantamiento y la magia.
Me marcho con un puntito de tristeza y una tormenta de alegria.
La India, como siempre, me ha dado mucho mas de lo que yo le entrego. Me ha hecho sufrir, maldecir sus trenes, odiar su suciedad, desesperar por su calor.
Y al tiempo reir por su ingenuidad, por la alegria de su gente, por la belleza de su caos, porque quizas la India, mas que ningun otro pais, nos hace enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros miedos, a nuestras soledades.
En Kochi me he sentido en paz.
Paz en sus iglesias. En su barrio judio y su sinagoga, charlando con los nignos, paseando el malecon entre las familias que juegan y chapotean.
Me he sentido como en casa recorriendo los almacenes de guindillas de Bazaar Street, bebiendo un ron con Jamie y su partida de pescadores, escuchando cada noche como el monzon revienta la ciudad para luego dejar frescor y calma.
Y sobre todo he disfrutado cocinando con Maria. Cada tarde, a las 2, subir las escaleras de su casa. Reir viendo a Apu, el perro, saludar a Asa, a Anma, a Redish. Y cocinar tranquilo, preguntando, mirando, aprendiendo y comiendo.
Gracias Kochi. Gracias Maria. Por la paz y la sonrisa.
Hasta pronto.
Sigo camino al sur.
En unos minutos cruzare la bahia rumbo a Ernakulam, y desde alli algun autobus destartalado me llevara a Trivandrum y luego a Colombo.
Cada reencuentro con la India es una nueva prueba. El enfrentamiento con el amor-odio hacia un pais, con las luces y sombras de cada uno.
Pero esta vez, como otras, ha vencido el encantamiento y la magia.
Me marcho con un puntito de tristeza y una tormenta de alegria.
La India, como siempre, me ha dado mucho mas de lo que yo le entrego. Me ha hecho sufrir, maldecir sus trenes, odiar su suciedad, desesperar por su calor.
Y al tiempo reir por su ingenuidad, por la alegria de su gente, por la belleza de su caos, porque quizas la India, mas que ningun otro pais, nos hace enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros miedos, a nuestras soledades.
En Kochi me he sentido en paz.
Paz en sus iglesias. En su barrio judio y su sinagoga, charlando con los nignos, paseando el malecon entre las familias que juegan y chapotean.
Me he sentido como en casa recorriendo los almacenes de guindillas de Bazaar Street, bebiendo un ron con Jamie y su partida de pescadores, escuchando cada noche como el monzon revienta la ciudad para luego dejar frescor y calma.
Y sobre todo he disfrutado cocinando con Maria. Cada tarde, a las 2, subir las escaleras de su casa. Reir viendo a Apu, el perro, saludar a Asa, a Anma, a Redish. Y cocinar tranquilo, preguntando, mirando, aprendiendo y comiendo.
Gracias Kochi. Gracias Maria. Por la paz y la sonrisa.
Hasta pronto.
Sigo camino al sur.
2 comentarios :
Me encanta este blog, un hallazgo para mi, no les importa si lo pongo en el mio?
Es más, me gustaria tener más información de ustedes, pues se siente una aventura que toda mi vida he querido hacer
Hola Marta,
un placer que te guste el blog!
Y por supuesto que tienes mi permiso para poner el link en el tuyo.
En cuanto tenga tiempo lo visitare (tu blog) con calma.
Si quieres hacerme cualquier pregunta...
Besos y abrazos,
Alex
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